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¿ VEGETARIANO YO ?

Últimamente me están llegando muchos inputs respecto al tema del vegetarianismo que me están dejando como poco, pensativo. Hablo desde el punto de haber sido el perfecto caníbal, perdón, carnívoro/omnívoro de toda la vida, como todos vamos, de familia de lo más razonablemente normal del mundo. Estos últimos años he ido bajando progresivamente sin la menor intención consciente el consumo de carne, hasta solo comerla en casa como ocasional embutido o cuando sales a comer fuera. La cuestión es que una serie “casuales” coincidencias entre charlas, artículos y algún vídeo de animalitos de Facebook están removiendo un poquito al placido neandertal que llevo dentro. No tengo ni idea adonde me llevara esto, simplemente me dejo llevar por el proceso mientras conscientemente voy indagando y buscando pruebas dentro y fuera de mí mismo. Para saber dónde estás y adonde quieres ir es casi imprescindible saber de dónde vienes, y para tomar una decisión como hacerse vegetariano hay que informarse mucho.

Aparte de una cantidad inmensa de recuerdos maravillosos con animales hay unas pocas manchas dignas de ser mencionadas. Mis primeros recuerdos conflictivos con los animales comienzan como no en una granja, la casa de campo de mi abuela. El primero es a mi abuela obligándome sobre los cuatro años a ir a rastras entre unas zarzas a coger una camada entera de gatitos recién nacidos que enterró vivos a continuación. La matanza del cerdo cada año en el patio con todo lo que ello supone, cuando agarraba a disgusto las patas de gallinas y conejos que ella degollaba sujetándolos entre los muslos, otra camada de ratones echados a las gallinas q¿ Comerías esto ?¿ Comerías estoue los picoteaban… una casa de campo vamos. En estos tiempos tan delicados si fuera niño aún ya me habrían recetado antidepresivos, atendido por psiquiatras por stress post-traumático e incluso nombrado refugiado de guerra. Mi primer, y único, pajarito muerto por escopeta de balines que tuve que rematar porque el pobre no murió del todo del balinazo. No cuentan las esporádicas pedradas a perros, muy pocos aciertos por cierto, y me declaro inocente de torturas varias a bichejos salvo el matar moscas cojoneras, y una serpiente grande con un palo por culpa de mi miedo y me temo que también de mi fascinación. Las corridas de toros me parecen un espectáculo estéticamente fascinante pero una salvajada que no merece la pena.

Hay dos recuerdos que ya de adulto me impactaron, uno por su brutalidad y otro por el daño y la culpa que sentí durante casi veinte años. En el primero durante una ocasional visita a una granja de cerdos el chico que la llevaba entro en una de las cuadras y de un solo gesto cogió a dos lechones por una pata y les estampo la cabeza contra un esquina metálica. Los animalitos tenían no sé qué tema en la piel que no los hacía aptos para el consumo y se quedaron en el pasillo a mis pies mirándome con ojos vidriosos mientras convulsionaban hasta morir, una puta salvajada. El siguiente recuerdo, más personal, empieza una noche de verano en Zaragoza fumando desde la ventana. Abajo hay un grupo de unos veinte adolescentes cuando de repente aparece un cachorro de gato de unos tres meses y empiezan unos pocos a darle patadas al animalito que corretea escapando como puede. Les pegue cuatro gritos y alguno más razonable cogió al gatito ya que dije que bajaría a cogerlo. Desde aquí te recuerdo que juzgar y condenar a los chicos de estos dos hechos, que como hechos son condenables, no los ayudara a ellos

¿ De donde viene?

¿ De donde viene?

ni sobre todo a ti. Para comprender piensa que tiene que haber vivido un adolescente desde que fue concebido para darle patadas a una cría de gato. Si lo condenas, lo condenas y te condenas a que la situación nunca cambie, si primero impides los hechos y luego hablas con él o ellos y descubres su dolor, puede que consigas que no vuelvan a hacer eso y cosas similares en el presente y en el futuro. Yo por mi parte cogí al gatito, lo subí a casa temblando, le di leche y lo acariciaba un poco cuando se dejaba y salía de debajo del sofa. La cuestión es que yo nunca había tenido mascotas, acababa de llegar a Zaragoza desde Vigo y no me veía con ganas de aceptar la responsabilidad de cuidar un animalito en mi casa. Finalmente lo metí en una caja de cartón, lo lleve a un polígono industrial cercano y lo abandoné sobre unas zarzas en la acera. Todavía lo recuerdo andando por encima de las hierbas mientras cogía el coche para volver a casa. Podría decir que hace veinte años no había la conciencia de hoy en día ni protectoras, no lo sé y no voy a justificarme. Sé que lo podría haber hecho mejor y que veinte años de lágrimas, incluso las de ahora mismo, lo confirman. Pensé que ya estaba limpio pero se ve que no, tendré que usar mi mejor recurso, tendré que hacer un cuadro sobre esto para poder pasar página.

Sí, tengo una historia con los animales y no sé cómo acabara.

A lo mejor me hago vegetariano. ¿Quién sabe?.

 

Dioses Negros, Dioses Blancos II

    Continuando con la entrega anterior quisiera terminar de exponer la importancia de los estados alterados de conciencia, EAC, en la historia de la humanidad. Su importancia es tan crucial que sin el acceso a esos estados no podría existir la civilización tal y como la conocemos. Junto con el lenguaje, el arte, la música es una de las poquísimas cosas que han tenido en común los seres humanos a lo largo de los milenios y en absolutamente todas las culturas. El acceso a esa luz y oscuridad más intensa que la percibida por los sentidos es la clave de la evolución humana.

Chaman amazonico ingiriendo Ayahuasca

Chaman ingiriendo Ayahuasca

Los EAC nos permiten conectar con prácticamente toda la información más allá de la que nos proporcionan nuestros sentidos. Son el origen de la espiritualidad, de la religión, la ciencia, la filosofía… y las personas encargados de conectarse se les conoce con el nombre de brujos, chamanes, druidas, hombres santos, sanadores, héroes, santones, hombre-medicina… . Asimismo las formas de acceder a esos estados serán múltiples y muy variadas, si no se basaban en la toma de sustancias se trataba de saturar los sentidos, de hacer sufrir tanto al consciente que este se desconectaba y se podía acceder al inconsciente, guía y guardián de los secretos del otro mundo. Se podían hacer ayunos intensos, privación de sueño, marchas agotadoras, bailes durante horas, giros continuos sobre un pie, música repetitiva de tambores o demás instrumentos de percusión, aislamiento sensorial en cuevas o en tumbas, frío o calor extremo, dolor extremo con torturas rituales varias o también se podía realizar a través de la ingesta de sustancias psicoactivas. Hay muchas más formas que estas pero todas tenían el objetivo de quebrar la consciencia ordinaria para entrar en estados alterados de conciencia. Por ejemplo la filosofía helena fue desarrollada en parte gracias a un ritual que se llamaba los misterios de Eleusis donde aparte de ayunos y ritos de purificación se procedía a la ingesta de un líquido que se supone contenía agentes psicoactivos similares al LSD. Platón por ejemplo nos habla del mundo de las Ideas y del mundo en el que vivimos, el mundo Sensible que es un pálido reflejo del de las Ideas.

 

    Ahí quería llegar, a la perfección de todo, incluso la del llamado Mal, a los Dioses Oscuros. En una de mis obras dibujo un laberinto en blanco y negro en el que estamos atrapados. Es un laberinto con la misma entrada que salida, por lo tanto recorrerlo no te lleva a ninguna parte, como mucho al comienzo una y otra vez. La verdadera solución es no entrar en él y abandonar esta dualidad a través de un mayor grado de consciencia. Los Dioses Oscuros, que también somos nosotros, son los que hacen que sea doloroso seguir el camino dentro del laberinto. Son los muros contra los que te golpeas hasta que te das cuenta que ni en la luz ni en la oscuridad encontraras la solución, solo en la  integración de ambas encontraras tu verdadero ser no dual, tu Divinidad.